De a poco asomaba el sol mientras los andinistas iban llegando. Eran las siete de la mañana del último martes en Avenida Libertador y Urquiza. Allí esperaba una combi para trasladar al grupo de 20 expedicionarios a limpiar el cerro Mercedario.
Joaquín, el más chico, de 17 años pero con más experiencia en la montaña que muchos (incluido el periodista por supuesto) dice que limpiar la montaña es una tarea que requiere tiempo y ganas. “Me encanta la naturaleza, sueño con escalar las siete cumbres más altas del mundo”. Va por buen camino.
Rumbo a las nubes
El camino lleva por una huella bastante marcada y amplia. Está a orillas de un curso de agua que se cruza en varias oportunidades hasta llegar a su naciente en un anfiteatro de arena y tierra al cual se trepa y conduce al refugio “Laguna Blanca”, a una hora de Barreal y a tres mil cien metros sobre el nivel del mar.
En las paredes hay inscripciones talladas que golpean al leerlas. “Limpiá hijo de puta extranjero”, dice una. “Nunca dejen sólo a un compañero”, se lee en otra. Frase, esta última, escrita por la viuda del escalador Javier Paduszek, el andinista porteño de 39 años fallecido el año pasado, según confirma uno de los gendarmes que colabora en el operativo.
Mientras tanto, el médico de Gendarmería, Sebastián Carbajal, con 28 años y gran experiencia en la montaña, prepara los medicamentos necesarios para asistir cualquier imprevisto durante el ascenso.
Carbajal destaca que hay que tener precaución a la hora de escalar para evitar accidentes y apunamientos, mucho más si no se tiene experiencia y si hay que realizar un esfuerzo extra como recolectar basura. “Por ejemplo no se puede tomar Migral, entre otras medicaciones de uso cotidiano”, indica.
Durante las siguientes horas, se descarga el equipaje y se dividen las raciones de comida entre los expedicionarios. En grupos de dos, tres y cuatro personas, se alistan para subir los más de cuatro mil metros que separan el refugio de la cumbre.
A medida que pasan los minutos, el termómetro baja los decibeles. El frío agrieta las ganas de seguir conversando. Por eso, casi a las diez de la noche, la mayoría decide irse a dormir a su respectiva bolsacama para emprender la ardua tarea de la mañana siguiente.
Manos a la obra
Pasadas las siete de la mañana, Alfredo Morales, vicepresidente del Club Andino Mercedario, coordinador de la expedición de casi una semana, junta al grupo bien temprano.
Las instrucciones, claras: en bolsas rojas de nylon van botellas, latas y papeles. “Si hay vidrios, tener especial cuidado, en el caso de papeles higiénicos es preferible quemarlos en el lugar para evitar infecciones y enterrar la materia fecal”, instruye Morales. Hora de salir.
Parecía que el mendocino Tomás Ceppi apuraba el trámite. Con 30 años, el guía de montaña está acostumbrado a un ritmo profesional. Junto a su colega rionegrino Luciano Badino (36), conoce el Aconcagua de memoria. Viajan por todo el país en busca de encumbrar los cerros de más de seis mil metros. Son los que salen primero y buscan la cima casi por instinto. Detrás, el resto.
Una hora y media de trekking entre piedras, vegas, guanacos tímidos que dejan de serlo, ríos por debajo que acarician piedras formando cascadas que llenan botellas sedientas. La expedición, agradecida. “Es la mejor agua, igual también conviene ir tomando jugo para no perder azúcar”, dice uno, casi como al pasar.
De a poco, las bolsas se llenan. Botellas de plástico, vidrios, latas viejas, papel higiénico, envases y hasta una bala de procedencia incierta y sin usar.
Donde hay más problemas con la basura es en la ruta normal, en el sector norte del cerro. Es el acceso más fácil de subir y el más buscado en época de verano. Es la ruta que abrieron los incas hace más de 600 años.
“En el refugio es donde hay más residuos y a medida que subís hay menos, igual lo importante es concientizar a quienes vengan para que no arrojen nada, porque de la misma manera que traen comida, se pueden llevar lo que sobra”, reflexiona Morales, mientras abre una bolsa para recolectar lo que otros han tirado quien sabe cuándo.
La basura contrasta en el tiempo. Hay latas oxidadas por un lado, envases vacíos de energizantes importados por otro. “Con un poco de conciencia ecológica, podemos colaborar entre todos”, afirma Morales con esperanza.
“La expedición apunta como en 2008 a levantar la bandera de la creación del Parque Provincial Mercedario. La idea es reglamentar el acceso a la zona. Hay muchísimos extranjeros escalando y no podemos poner ninguna reglamentación ni seguridad a la zona porque es montaña abierta”, dijo el director de Recreación y Turismo, Silvio Atencio quien no pudo asistir a la expedición.
Regreso limpio
Con noches que llegan a los 20 bajo cero, el Cerro Mercedario es la cuarta cumbre más alta de América. Y se nota. Y hay que seguir. Aunque la altura infle los órganos y la cabeza duela hasta por los codos. Aún así, el periodista baja y la expedición sigue. Falta tiempo y entrenamiento para llegar a la cumbre. Los fantasmas de Alemania y Buenos Aires parecen volar en el ambiente. El viento sopla frío y cortante. El Mercedario es salvaje y no invita a cualquiera.
El Zonda (Argentina) 19-03-11