El pelo marrón, invadido por moscardones verdes, asoma entre las bolsas que supieron ser rojas y el sol decoloró a blancas. Es el lomo de un perro. Uno entre el centenar que habita el basural de Merlo. Cómo llegó hasta ahí es una duda que ya no puede despejar ese cuerpo muerto. Quizás lo tiraron, o bien podría haber entrado por las rejas abiertas que exhibe el rincón destinado a los residuos patológicos, donde una montaña de desperdicios médicos crece sin control ni tratamiento.
Al parecer, en algún momento el Municipio quiso darle un trato diferenciado a la peligrosa basura que generan centros de salud, clínicas y veterinarias. Y así lo exige también la Ley Provincial de Residuos Peligrosos, que la incluye como tal por el potencial infeccioso que representan los restos de sangre y fluidos adosados a jeringas, algodones, gasas. Por eso quedaron relegados a una fosa en el extremo norte del vertedero, aunque su disposición actual no defiere demasiado del resto de los desechos que forman cordones montañosos en todo el predio.
El pozo intentó ser impermeabilizado con nylon negro, que tal vez por efecto de las lluvias se ha ido desprendiendo pesadamente de los bordes. La medida para evitar filtraciones a las napas luce contradictoria frente a la fosa que algunos metros más al sur recibe abiertamente las descargas de los camiones atmosféricos, en una laguna putrefacta que hierve de insectos. O, sin ir más lejos, frente a los cúmulos de basura que inundan varias hectáreas del basural. El rincón patológico fue cercado con dos metros de alambre olímpico. A él se accede por una puerta oxidada de dos hojas, que no tiene manija, picaporte, ni rastro de haber estado cerrada con cadenas o candado. Está abierta. Ofrece el espacio necesario para que dos personas ingresen con facilidad. Todo expuesto al aire libre, impregnando el sector con ese olor triste y penetrante típico de los hospitales, más el aliciente nauseabundo del perrito en descomposición. Hay bolsas rotas por las que escapan materiales sanguinolentos, y no es difícil suponer que los canes o las alimañas las podrían haber elegido para darse un festín infeccioso.
En ciudades como San Luis Capital o Juana Koslay, ese tipo de residuos son recogidos en forma separada e incinerados. Pero en Merlo están al alcance de cualquiera. Personas y animales. Si bien existe un registro de genera-dores que pagan un canon extra por la recolección, el tratamiento final dista de ser diferenciado respecto a la basura en general, ya que también quedan acumulados a cielo y espacio abierto.
Sólo basta dar un (desagradable) paseo por el predio para observar que la situación es común a todo el vertedero. Toneladas y toneladas de basura proliferan a lo largo de unas siete hectáreas. La semana de lluvias que regó a la ciudad permitió que los yuyos y arbustos crezcan verdes y vigorosos en los alrededores, pero también bañó las pilas de desechos que superan los cinco metros de altura. Por estos días, abundan los charcos que mezclan agua y espesos líquidos fétidos que fluyen desde los residuos, cual caldos de cultivo ideales para larvas de mosquitos que ya deambulan en cantidad. Sólo son superados por la plaga de moscas cuyo fuerte zumbido musicaliza el basural, que a cada paso se levanta por doquier y que obliga a destacar el estoico carácter de los trabajadores que trabajan y viven en una choza de lata dentro del lugar.

El Diario de la República (Argentina) 04-12-10