Las cooperativas de recicladores de residuos urbanos sólidos son intermediarias en el gran negocio de la basura. Sus integrantes trabajan ocho horas diarias y cobran un salario equivalente al valor del producto en el mercado. Son los primeros en realizar la tarea de reciclaje; no logran ingresar en el sistema formal de trabajo.
En el mercado el kilo de papel cuesta 4,50 pesos, el de nailon 8 pesos y el de plástico 9,50. Un clasificador puede llevar a su hogar un salario de 6.500 pesos por mes tras las ocho horas de trabajo diarias fuera de la calle.
Ante una nueva discusión que se avecina, y que es la intención de integrar a los clasificadores de residuos sólidos urbanos a la negociación colectiva, anunciada por el ministro de Trabajo, Eduardo Brenta, en el primer Consejo de Ministros de este año, los clasificadores se declaran ausentes de ese diálogo. Es más, algunos ni saben de lo que se habla.
Siguen sin ser consultados sobre su situación en la sociedad y no forman parte de ningún proceso de discusión que busque su formalidad. Al contrario, muchos no quieren pasar a esa formalidad. Eso implicaría que subsistieran "con menos de lo que hoy ganan", dicen.
Por lo general se encuentran ubicados en las zonas más marginadas de la ciudad. Son vistos por el resto de la ciudadanía con mala cara, porque están siempre "sucios", "llenos de mugre", "con mal olor", pero nadie destaca que detrás de ellos comienza una importante tarea de reciclaje a favor del medio ambiente que culmina en grandes superficies e importadoras del mercado. Son los intermediarios. Son el primer y último eslabón de la sociedad de consumo y trabajan en muy malas condiciones aunque para ellos ya "no son las peores". "Las peores son cuando trabajás en la calle. Ahora acá trabajamos con cartón, nailon, botellas y papel que ya llega; no trabajamos con toda la mugre", explican en referencia a los galpones donde se ubican las cooperativas.
Cobran un sueldo, pero no tienen recibos, ni seguro social. La cobertura sanitaria es la de Salud Pública y todos ellos tienen un régimen de ocho horas diarias, con media hora de descanso, y al finalizar no se llevan trabajo a casa. Esa es una de las grandes diferencias del antes y el después en el mundo del clasificador, que pasó del carro y la búsqueda del material en la calle a integrar una cooperativa y trabajar en un galpón clasificador con un lugar para almorzar y sanitarios.
LA REPUBLICA visitó tres cooperativas de clasificadores: Ahora se Puede, La Lucha y La Resistencia, todas insertadas en la zona de Burgues y Aparicio Saravia. Hasta la planta de Univar, donde trabajan las dos primeras, fuimos después del mediodía acompañados por Martina Celiberti, coordinadora del programa Uruguay Clasifica en dicha zona.
Cuando llegamos, los once integrantes de Ahora se Puede estaban en la hora de descanso. Se encontraban en el salón comedor, habían terminado de almorzar y esperaban la llegada del "colector", el camión que en este caso es de la empresa CAP ­que tiene a su cargo a través de un convenio con la Intendencia la recolección de residuos de la zona céntrica de Montevideo­, que trae los residuos para clasificar.

La tarea comienza. Ahora se Puede está conformada por once integrantes, mujeres y hombres. Juan es el primero en conversar con nosotros. El resto se dispersa. No quiere hablar. Nos cuenta que hace dos años que trabaja en la planta y que vive en el barrio desde hace treinta años. Y recuerda: "Pero mi barrio es Buceo. Por la necesidad vine para acá. Mi oficio es electricista, pero con mi edad ­tengo 59 años­ no me toman en ningún lado. Antes trabajaba en la calle con carro; ahora acá tenemos un horario de 7 a 15. Antes era todo el día en la calle y en tu casa trabajaban todos. Ahora llegás a tu casa a descansar".
Los cooperativistas se fijaron un sueldo de 6.500 pesos mensuales y los comienzos fueron de incertidumbre. "Cuando arrancamos lo hicimos con 4.000 pesos, y debiendo. Tuvimos que pedir 2.000 pesos prestados para comprar alambre para enfardar. En ese tiempo éramos trece y no sabíamos si íbamos a sacar la plata. Hasta que no se vendió no estuvimos tranquilos, no respiramos. Ahí pudimos pagar los sueldos, el préstamo y nos quedó un resto", relató Isidro Molina, que tiene 61 años y hace treinta que es clasificador; antes trabajaba en una panadería.
Isidro y Juan coinciden en que no sería bueno aportar al Banco de Previsión Social. "Para estar (en el BPS) tenemos que pagar el 20% del sueldo. Si a gatas sobrevivimos con 6.500 pesos… Además de trabajar acá habría que salir a la calle con el carro, y ya no queremos hacer eso", expresó Juan.
Isidro recuerda esa época. "Volvías de la calle a tu casa, descansabas un rato y volvías a clasificar. El trabajo era casi las 24 horas y te llevabas toda la basura a tu casa. Perjudicabas a todos en el hogar".
Destaca, como otros, lo bueno de haberse integrado a trabajar en la cooperativa: "Cuando vamos a casa es para descansar y a pensar en cómo hacer las cosas mejor para salir adelante".

25 toneladas mensuales
Cerca de las 13.30 horas el camión de la empresa CAP llega al galpón. "Llegó el camión, llegó el camión", se gritan unos a otros. El comienzo de la tarea es inmediata: una vez que ha sido volcado todo el contenido no dudan en comenzar con la clasificación. El cartón y el papel se enfardan por separado, de la misma manera que el nailon y el plástico. La venta del cartón y el papel se hace una vez por mes; los plásticos y el nailon se venden cada quince días. Todo el material va separado por color.
"Acá se clasifica todo lo que se vende en plaza. Vendemos entre 20 y 25 toneladas mensuales de materia prima a la empresas locales; casi todas son importadoras de esa materia", explicaron Isidro y Juan a LA REPUBLICA.
La reflexión sobre la venta fue más lejos y ambos coincidieron en definirse como "los intermediarios". "Nosotros hacemos el trabajo y ellos ­las empresas­ ganan a costillas nuestra. Eso lo vemos mal, porque nosotros no podemos entrar directamente a las fábricas, no manejamos el mismo stock todos los meses, y eso es una traba importante. Si, por ejemplo, alcanzamos las 30 toneladas mensuales de cartón podemos ingresar, pero no llegamos, y entonces seguimos siendo intermediarios. Alcanzamos las 25 toneladas con todos los materiales, pero en el mercado te exigen una sola materia prima", explican.

"La sociedad no recicla"
Según las cifras que maneja la Unión de Clasificadores de Residuos (Ucrus), en la actualidad hay 15.000 clasificadores que viven de la recuperación de la materia prima.
Para ellos aún "falta mucho por hacer", como educar para que la gente comience a tomar conciencia de lo importante que es la tarea del reciclador.
Para Isidro "la sociedad no se ha dado cuenta de que la materia prima no se puede enterrar" y opina que "no recicla". "Tampoco está preparada para trabajar a favor del clasificador. Es una cadena: no hay educación, la Intendencia no hace propaganda para que el vecino recicle, falta mucho", reflexiona.
"Hace años íbamos a las escuelas a enseñarles a los niños cómo se tenía que realizar la clasificación de la materia, pero, ¿de qué sirvió? De nada", afirma Juan.

La Lucha y La Resistencia
En la cooperativa La Lucha trabajan cuatro clasificadores y en La Resistencia siete. La cantidad de integrantes siempre depende del volumen de trabajo que el grupo tenga, lo que a su vez determina los ingresos de la cooperativa.
La Resistencia es la única de las tres que trabaja en circuito limpio. Realiza la tarea desde el año pasado mediante un acuerdo entre los vecinos del Municipio D. En cambio La Lucha, al igual que Ahora se Puede, tiene su sitio de trabajo en la planta Univar.

La República (Uruguay) 05-04-11